Un fraude anunciado en Nicaragua

Glocal

En el periodo de campaña en Nicaragua el presidente Daniel Ortega encarceló a la oposición política y propagó el miedo en los votantes, lo cual garantizo su victoria en los comicios presidenciales.

El mandatario nicaragüense llegó al poder por primera vez tras liderar la revolución que derrocó la dictadura del último miembro de la dinastía Somocista, Anastasio Somoza, en 1979. Más de una década después perdió en las urnas cuando en 1990 se realizaron las primeras elecciones.

Esa experiencia electoral fue un parteaguas en la vida política de Ortega, ya que le enseñó los riesgos de un gobierno democrático. Tras regresar a la presidencia en 2007 inició su proyecto para perpetuarse en el poder, debilitando las instituciones democráticas de Nicaragua.

Ortega se convirtió cada día más intolerante a la crítica y esto lo dejó claro en 2018, cuando envió a la policía a reprimir a las protestas pacíficas contra su gobierno. Estas acciones provocaron violaciones de los derechos humanos y cientos de muertos. 

A partir de ese momento, las acciones dictatoriales han sido cada vez más descaradas y este frenesí ha sido el sello de la casa en este año electoral. En las últimas semanas ordenó detener y encarcelar a varios candidatos presidenciales, acusados de “traición a la patria”.

 

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Otros miembros de la oposición han tenido que exiliarse para no acabar en prisión. Ortega también eliminó tres partidos políticos que denunciaron el acoso, las detenciones, las amenazas y la represión periodística.

Por si fuera poco, las Juntas Receptoras del Voto, comisiones encargadas de monitorear las elecciones, están en manos de personas leales a Ortega y no planificaron debates públicos entre los contendientes a la candidatura presidencial.

Asimismo, cuando la sociedad de Nicaragua comenzó a emitir sus votos, solo algunas urnas se encontraban funcionando. También las calles de la capital Managua estaban solitarias, con pocos indicios de que unos comicios presidenciales se estaban ejecutando. 

Todo esto causó una abstención del voto que ronda el 80%, según Urnas Abiertas. La inconformidad y la desconfianza de los nicaragüenses hacia el proceso electoral fueron determinantes en el resultado.

El Consejo Supremo Electoral informó los resultados de la votación: el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) obtuvo el 75% de los sufragios, seguido del Partido Liberal Constitucionalista (PLC) con un 14,50% y del Partido Camino Cristiano (PCC) sólo con el 3,5% de los votos.

La Unión Europea (UE), la Organización de Estados Americanos (OEA), la Organización de Naciones Unidas (ONU) y Estados Unidos han condenado la falta de transparencia del proceso electoral y su falta de garantías democráticas.

A pesar de ello, Ortega gobernará por otros 5 años con derecho a reelegirse indefinidamente junto a su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, que será la “copresidenta” del país, un nuevo cargo creado especialmente para ella y que ostenta desde 2017.

El control absoluto de Ortega sobre Nicaragua ha dado paso a una nueva fase de terror y represión en el país, lo cual marca una revolución hacia un modelo abiertamente dictatorial que podría imitar otros líderes en todo el mundo.

Por ello, las instituciones no gubernamentales y la sociedad internacional deben trabajar unidos para limitar la propagación de demagogos y dictadores en las zonas aledañas fomentando valores como la pluralidad, la tolerancia, la paz y el respeto de las garantías individuales. 

 

 

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*ARD