“Compañera María Esther”, era el mote que Luis Echeverría Álvarez acostumbraba asestarle a su esposa, en un sinnúmero de eventos públicos. María Esther Zuno Arce era hija del ex gobernador de Jalisco, el liberal José Guadalupe Zuno Hernández.
El viernes 8 de julio por la noche, murió el expresidente, a los 100 años de edad. No cualquiera llega a esa cifra, como sí lo logró quien gobernó a México de 1970 a 1976.
Todo mundo ubica a Echeverría por dos conflictos: una inflación de órdago y un evento violento en la Ciudad de México, conocido como “el halconazo”, aquel enfrentamiento entre estudiantes y elementos de un grupo paramilitar, que ocurrió el 10 de junio de 1971, generando 17 muertos como saldo.
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Ese tipo de actos violentos fueron acuñando un término que era de la mayor seriedad cuando se pronunciaba, “Guerra sucia”. Con el paso del tiempo, Andrés Manuel López Obrador lo ha empleado tan frecuentemente y, sobre todo, aplicándolo para cualquier cosa, que terminó por trivializarlo y borrar su profundo significado histórico.
En una escala mucho menor en términos de violencia física, aunque sí política, queda la acción focalizada a Julio Scherer, entonces director del periódico Excélsior, que terminaría por producir su salida y con ello la puesta en marcha del semanario Proceso.
No pocos han señalado que la diatriba contra Excélsior no era precisamente contra el periódico sino por la relación claramente polarizada entre Scherer y Echeverría. Poniendo en retrospectiva el boicot contra aquel periódico, no cabe duda de que Scherer supo sabiamente aprovechar su diatriba con Echeverría para impulsar su semanario.
Como sea, el signo de Echeverría fue la tormenta y el populismo.
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Difícil tarea intentar separar al expresidente de su devoción por el confeti, la matraca y el absurdo patriotero, respecto al desastre económico y la obsesión por devorar al país en beneficio del Estado.
Amigo de Salvador Allende y Carlos Andrés Pérez, Echeverría los unió para generar el Sistema Económico Latinoamericano (SELA) en 1975, una suerte de mecanismo multilateral de consulta y coordinación en materia económica.
Abogado por la entonces Escuela de Jurisprudencia de la Universidad Nacional, impulsó la creación de una revista, “México y la Universidad”, en la que publicó algunos artículos que solo eran leídos en ciertos ámbitos académicos.
Más o menos a mediados de su licenciatura, lo enviaron como representante de un grupo estudiantil, para que participara en un evento denominado “Conferencia Continental de la Juventud por la Victoria”. Probablemente, ahí fue la primera ocasión que tuvo contacto con políticos de alto nivel, como Manuel Ávila Camacho.
Se tituló en 1945 con la tesis “El Sistema de Equilibrio de Poder y la Sociedad de las Naciones” y desde ahí inició su carrera en la administración pública, afiliándose al partidazo en 1946. Comenzó al lado del general Rodolfo Sánchez Taboada, como su secretario auxiliar.
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Su meteórica carrera lo llevó, casi década y media después, a despachar como subsecretario de Gobernación, a las órdenes de Gustavo Díaz Ordaz. En 1964, era amo y señor de la política interna del país.
Un intelectual protegido de Díaz Ordaz, Ricardo Garibay, comentaba que alguna vez el mandatario de origen poblano le contó que Echeverría trabajaba a todas horas, era ubicuo y, era el único político que conocía que leía de madrugada los editoriales del periódico “El Nacional”.
Con ocho hijos, 19 nietos y 14 bisnietos, Echeverría cerró su ciclo vital, lleno de historias a ratos condenables, a ratos increíbles.
El prototipo del mandatario autócrata y populista dejó escuela, que maltrecha y desvencijada, ha sido recuperada por Andrés Manuel López Obrador.
De las anécdotas que se cuentan
Siete meses pasaron para que llegara el relevo de Franco Coppola, en la Nunciatura Apostólica en México, figura similar a una Embajada.
El Papa Francisco nombró a Joseph Spiteri para entrarle a los innumerables retos y frentes que tiene esa oficina estratégica, en términos de la geopolítica del Vaticano. México es una de las reservas de fieles católicos que existen en el Continente y no precisamente goza de sus mejores momentos.
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El perfil del maltés muestra un largo camino recorrido por el Servicio Diplomático del Vaticano. Lo mismo se le ha enviado a Irak que a Grecia, Portugal o Panamá, sin omitir su paso por Sri Lanka, Costa de Marfil y Líbano.
Sin embargo, tiene en su palmarés un país que le ofrece experiencia para lidiar con un personaje como Andrés Manuel López Obrador: Venezuela.
Literalmente, es un diplomático de raza. Toda su vida profesional se la ha pasado trabajando con gobiernos del mundo entero. Además de su estancia como Nuncio, trabajó largamente en el equivalente vaticano de una Cancillería.
Políglota, Spiteri es un diplomático de peso completo. Tiene una hoja de servicios excepcional, por lo que puede pensarse que podrá dar el ancho en la complicada relación con el Estado Mexicano.
Dicen los malquerientes que Spiteri seguramente hará mejores cosas que su homólogo estadounidense Ken Salazar, a quien muchos en Washington ya le están tendiendo la cama para que deje la Embajada en la Ciudad de México, por ser demasiado cercano al presidente.
No hay que pedirle milagros a Spiteri.
Sin embargo, cabe pensar que hará un trabajo discreto y eficiente en un país azotado por el populismo, la sangre y la anomía.
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