Ayer, Día de las madres, me hizo recordar que existen muchos tipos de mujeres: las que no usan perfumes ni leen poesía; las que no compran libros ni cadenitas de oro y otro metal; las que no pisan un Italian coffee pero toman café de olla; las que no saben quién es Vygotski pero sí saben enseñar a sus hijos cómo empuñar el lápiz para escribir mejor y se saben el camino a las escuelas, los talleres comunitarios o las bibliotecas porque ahí llevan a sus hijos, a sus nietos o sus hermanos.
Son ese tipo de mujeres que trabajan de sol a sol en el surco, la tienda o la casa. Las que laboran en las fondas, las oficinas, las fábricas o talleres; barriendo, vendiendo tortillas, cosiendo ropa u ordenando papeles. No usan bolsas de piel. Usan bolsas de plástico, morrales o el mandil.
Conozco a muchas que no tienen un título de licenciatura o doctorado, pero saben más de la vida para que sus hijos sobrevivan ante una diarrea, una neumonía o un sarampión.
Son mujeres nobles, sensatas, de sentido común y que hacen de un simple plato de frijoles con epazote, el mejor manjar.
Son aquellas que no usan maquillaje, no hacen fitness ni usan internet pero que recién bañadas huelen a rosas fragantes, y cargan sin enojo la mochila de los hijos y muchas veces los productos que venden en el mercado.
Muchas no son maestras, arquitectas o abogadas. Apenas fueron a dos o tres años de primaria pero enseñaron a sus hijos a leer, a decir gracias y buenos días y supieron hacerlos estudiar para ser ingenieros, médicos, actuarios.
Son mujeres valientes, fuertes, confiables. Que no saben enviar correos electrónicos ni usar el celular para perder el tiempo con memes o videos insulsos. Las que al gasto familiar le pueden sustraer unos pesos para una recarga mínima y estar pendientes de sus hijos para verlos con felicidad diariamente sentados ante la mesa.
Son felices ayudando al prójimo y al mal marido; mujeres con las que platicas diez minutos y te cambian el sentido y perspectiva de la vida.
Son como la madre Tierra: fértiles, calladas y sabias.
Las que se enferman y no se quejan, ni duermen después de las 6 de la mañana, porque simple y sencillamente, también son madres.
Son esas mujeres que merecen algo más que joyas y perfumes o celulares y artilugios de última generación. Son nuestras madres y merecen eso y mucho más, pero sobre todo, merecen respeto.
Qué afortunado eres si tu madre te vive. Si ayer no le diste un dolor más de cabeza y le regalaste un ramo de flores. Si ayer recordaste, ante su noble presencia, el significado de esa sencilla palabra hoy tan olvidada: respeto.
*IC