Así recuerdan a “El Lazca” fundador de LOS ZETAS en Pachuca
Ante la imponente cruz de metal de la iglesia que financió el capo, la banda toca el corrido "El jefe de jefes", de Los Tigres del Norte, el que dice: "ni mi nombre ni mi fotografía nunca van a mirar en papeles".
Este año, la iglesia de Nuestra Señora de San Juan de Los Lagos no luce en su fachada la foto del fundador y líder del cártel de Los Zetas —la misma exhibida por la DEA y la PGR para ofrecer una recompensa por información que llevara a su captura, que data de la época que estuvo en el ejército—, y en lugar de su nombre, antes formado con flores, cuyas corolas amarillas y rojas remarcaban la letra z de Lazcano, se colocó un adorno floral, pero con el nombre "Fam. Lazcano Lazcano", patrocinadores de esta fiesta de La Candelaria.
Cuando el corrido llega al estribillo, ese que dice: "soy el jefe de jefes, señores, me respetan a todos niveles", resuena la tambora y el trombón, y la banda, en el atrio de la iglesia, arriba de las escalinatas, se lleva aplausos tenues de los congregados, que son vecinos y familia de los benefactores de esta colonia, El Tezontle, en Pachuca, donde “El Lazca” creció y vivió hasta solicitar su ingreso como soldado en la Décimo Octava Zona Militar, a unos metros de aquí, y cerca de cuya entrada, una calle arriba, hay una patrulla municipal atravesada, porque este tramo se cierra para instalar los juegos mecánicos que, por la noche, acompañan las celebraciones.
"Yo navego debajo del agua
Y también sé volar a la altura
Muchos creen que me busca el gobierno
Otros dicen que es pura mentira"…
Eso narra también el corrido, pero aquí, la banda no canta, es sólo la interpretación instrumental a tambora y música de viento, cuando son las 9:35 de la mañana de este 2 de febrero, y se festeja, como cada año, a la Virgen de la Candelaria, y se recuerda la donación de este centro religioso por parte Heriberto Lazcano Lazcano, también apodado el Verdugo o Z-3.
"No, no hay que juzgar. No todos somos buenos ni malos", pronuncia discreto una mujer mayor, que se sostiene con un bordón. Su cabello rizado corto no cubre sus ojos pequeños, con los que mira a otra mujer, también mayor, cuyas canas disipan los rastros del negro absoluto que alguna vez fue su cabello. El cubrebocas a medio rostro sólo deja ver las arrugas sobre los párpados.
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No mencionan su nombre, pero ambas hablan sobre "Don Heriberto", como se refieren aquí, con la reverencia que no perece con los años, a Lazcano Lazcano, a quien el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa afirmó que abatió en un enfrentamiento con La Marina en Progreso, Coahuila, el 7 de octubre de 2012, pero el cuerpo fue robado de la funeraria donde se localizaba.
Aquí, aunque los 7 de octubre también se hace una homilía en esta iglesia a la memoria del narcotraficante, que dejó la milicia para formar, inicialmente, la guardia armada de Osiel Cárdenas Guillén, cuando Los Zetas aún pertenecían al Cártel del Golfo, la gente todavía duda si en verdad murió, porque del cuerpo no se supo, y el propio capo había construido en el panteón ejidal —también en el Tezontle— su última morada terrenal: un mausoleo que tiene una cruz de metal idéntica a la de la iglesia, mas un poco más pequeña.
A “El Lazca”, aquí, se le mira con grandeza y gratitud, porque no sólo donó el inmueble religioso, sino que pavimentó calles y "ayudó ahí poquito a los que veía medio amoladillos", contó a este reportero el año pasado don Andrés Torres, el encargado del panteón ejidal de San Francisco y quien esperaba que llegara el cuerpo de Heriberto Lazcano.
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Todos los años, en el Día de la Candelaria, don Andrés aguardaba a saber si le decían algo del supuesto difunto, y se paraba frente a la tumba dispuesta por el mismo capo a recordar, con quienes se hacían presentes, cuando Heriberto, “así, blanquillo, flaquito, yo lo recuerdo bien porque andaba luego conmigo arriando las borregas”, era uno de los menores que nació de las familias empobrecidas que poblaron esta tierra que antes fue ejido.
Este día, don Andrés también es uno de los ausentes, porque falleció el 7 de junio pasado, a sus 75 años. Él miró a Heriberto desde el principio de sus años. Lo acompañó en su infancia y lo esperó hasta la muerte.
“A últimos días le agarró duro la tristeza; nosotros lo acompañábamos, pero ya se veía cansado”, dice uno de los hombres antes siempre con él, que se sentaba también junto a tumbas cuando don Andrés relataba lo que había vivido con aquel Heriberto, el que se fue de soldado y luego ya no volvió. La última vez Torres dijo: “no, si lo viera ahora quién sabe si lo reconocería”, pasados tantos años desde aquella infancia. Sin embargo, lo esperó hasta el último de sus días.
En el panteón, el mausoleo y la tumba de don Andrés –junto a la de su esposa Gloria, recuerdo del que siempre hablaba– están a unos diez metros. Entre ellas hay lápidas cubiertas de abrojos y cruces con inscripciones, una de éstas, de otros muertos de esta colonia, reza: “no se han ido del todo, no están ausentes porque en nuestro corazón vivirán por siempre”.
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Esto parece ser una certeza en la colonia, que siempre recuerda a Lazcano.
El corrido llega a casi a su final. Es junto cuando, si hubiera vocalista, se cantaría esta parte del son, que atraviesa, con el curso de la música, por el pensamiento de los aquí reunidos que conocen la canción:
“Muchos quieren escalar mi altura
Nomás miro que se van cayendo”
Hoy hay varios adultos y algunos adultos mayores, no es como aquellos años en los que El Tezontle recibía, por la noche, a la Banda Jerez, la preferida del líder zeta, y su vocalista, el ahora diputado federal Marco Antonio Flores Sánchez, le cantaba: “yo nací sin fortuna y sin nada, desafiando el destino de frente”, un corrido que Lazcano hizo suyo. Entre las calles, ya caída la madrugada entre licor y baile, sonaba también Escolta Suicida, de Beto Quintanilla, que “halcones” y “estacas” hicieron himno; forma de distinguirse de lo que eran.
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Entonces, aquellos días, desde temprano la colonia era un festín de color y música; comida y bebida por doquier.
No sólo el deceso de “El Lazca” –cuya familia continúa con el patrocinio de la festividad– sino el confinamiento social por el covid-19 también han hecho lo suyo. Se le recuerda al capo, pero los años ya no son los mismos.
Frente a la iglesia hay un árbol de varias décadas. Sus ramas alcanzan casi el tamaño de la cruz. Ahí se congrega un grupo de hombres a parlar de aquellos días. Rebajan el brandy con coca cola, desde las nueve de la mañana –una hora antes la banda inició con las mañanitas a la Virgen de la Candelaria–. La humareda es de los Camel que fuman alrededor.
A la banda le sucede una marimba, que ameniza al son de cumbia. Los aplausos se disuaden, ya no son el avispero tímido que surgió con “El jefe de jefes”, que también dice: “Han querido arañar mi corona. Los que intentan se han ido muriendo”, desenlace como el que a muchos les dio el narcotráfico.
Con información de Proceso
*BC